Se cumplen hoy, 20 de mayo, 101 años de uno de esos sucesos olvidados por la Historia, ejemplo de lucha de la clase obrera, levantamiento espontáneo y eminentemente femenino ocurrido en las calles de Béjar, conocido popularmente como «motín del pan» que, si bien no puede encuadrarse dentro de los susodichos motines ocurridos por toda Castilla durante el siglo XIX, conservan mucha de la violencia que los caracterizaba.
Durante todo el año de 1920 estas protestas, manifestaciones y levantamientos callejeros protagonizados por mujeres se repetirían por varios municipios de la provincia de Salamanca (Alba de Tormes, Vitigudino…) , así como por municipios de ambas Castillas, enmarcados en torno a la «cuestión de subsistencias», esto es, la situación crítica por la que pasaban muchas familias debido a la subida del precio de los productos básicos, como ya lo habían hecho, aunque de manera menos virulenta, durante mayo de 1918 en poblaciones como Doñinos de Salamanca o Ciudad Rodrigo.
Si la historia del movimiento obrero es una historia soterrada, olvidada y poco menos que proscrita por los gobiernos y los historiadores “oficiales” del régimen capitalista, qué podemos decir de la historia del pensamiento libertario, pisoteada por aquellos y silenciada incluso por los que se dicen sus compañeros de trinchera, quizás por ser este pensamiento ajeno a las injerencias y siempre independiente de quienes detentan las distintas formas de poder.
No es éste un lamento nihilista ni una súplica de atención a unos y a otros, sino una realidad que hemos de asumir y frente a la que debemos actuar en consecuencia.
Quizás uno de los deberes que se adquieren como militante sea el de desempolvar ese pasado reciente que rodea a cada uno de nosotros, ese pasado cercano, esas miles de pequeñas historias, las hebras del gran ovillo, la madeja de intrahistorias que conforman, no la historia oficial de reyes, fechas, políticos y batallas, sino la Historia con mayúsculas forjada por los hombres minúsculos que la escribieron con sus ideales y su sangre. Nuestro deber, decía, para con las generaciones futuras pueda ser ése, conservar, al menos, lo que no se ha perdido en la arena del tiempo, para que ellos puedan seguir tirando y desenredando el hilo de la Historia.
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