«El domingo 22 de febrero de 1998 Virginia Garaioa fue atropellada a las puertas de la cárcel de Topas y murió allí mismo. Yo estaba a un lado del muro y ella al otro, estabas pidiendo mi libertad y la de los demás presos.
Tardé varios días en enterarme. Empecé a sospechar algo el día que los carceleros me cambiaron de módulo, me llevaban al módulo de ingresos, para ir al juicio que tenía pendiente.
Tuve una enganchada con dos carceleros, uno de ellos dijo “déjalo es el insumiso”, yo sabía que el domingo había convocada una concentración a las puertas de la cárcel y por su actitud percibí que algo había pasado, pero no le di más importancia. Esa noche en el módulo en una conversación por las ventanas entre presos, uno dijo, os habéis enterado lo que pasó el domingo? Han matado a una chavala enfrente de la cárcel. Yo me quedé petrificado, pregunté si sabían más, pero sólo sabían eso. Me enteré después del juicio, ya que los compas no me quisieron decir nada (eran tiempos de cuidados, de los de verdad, siempre estaban y no hacía falta nombrarlos).
Virginia fuiste semilla, después de 25 años te sigo teniendo muy presente. Tuve que coserme rápidamente la cicatriz que dejaste en mi corazón y forjar una coraza para poder aguantar el dolor de la herida abierta. Todavía tengo esa cicatriz y todavía supura sangre. Después de 25 años se ha vuelto a abrir. Pero te prometo que seguiré firme en mis convicciones, no pudieron y no podrán.
Has sido una víctima más del militarismo, de un sistema podrido que encerraba a jóvenes por negarse a hacer el SMO. Una lucha contra los ejércitos y los valores propios de esta institución, que llevamos a cabo hasta las últimas consecuencias, por muy duras que fueran.
Virginia, sigo y seguiré. El dolor que dejaste es muy fuerte, pero la rabia hacia este sistema es enorme. Descansa en paz compañera, yo seguiré en guerra».
Liberto Girón