Una vez más, la CNT sale a las calles de Salamanca a denunciar las guerras y sus consecuencias.
Aunque hay varios conflictos abiertos, la más mediática es la guerra de Siria. Dura ya cinco años y son varios millones los refugiados en países limítrofes. Personas que huyen de bombardeos, destrucción y muerte buscando refugio y ayuda. Sin embargo, la Europa de raíces cristianas les recibe con fronteras cerradas con alambradas, con desprecio e indiferencia.
Hacinados en campos, a la intemperie entre charcos y barro. Nos recuerda a las imágenes de los refugiados españoles de abril de 1939 en las playas del sur de Francia rodeados de alambradas y vigilados por soldados senegaleses. Si algún día acaban estas guerras, los refugiados de hoy podrán volver a sus países y a sus casas o lo que quede de ellas. Los españoles de entonces no podían volver.
Hoy el negocio de la guerra son las bombas, mañana la reconstrucción del país que antes ha sido destruido; todo acompañado de los ejércitos y su «ayuda humanitaria». Hay personas que se estremecen al ver los pasos de Semana Santa, pero cambian de canal de televisión cuando ven las noticias de los campos de refugiados, los niños ahogados o policías apaleando las embarcaciones de los que arriesgan sus vidas al intentar llegar a la costa buscando una salvación que nadie les ofrece.
Como en todas las guerras, hay personas anónimas que están ayudando para hacerles la vida un poco más llevadera. Es obligación de los estados prestar ayuda a los refugiados y no cuestión de caridad o limosna.
Decía un niño sirio que no quería venir a Europa. Quería que se acabara la guerra, quedarse en su país, poder ir a la escuela y jugar con sus amigos. Los refugiados no vienen a quitarnos el trabajo, la mayoría buscan protección y cuando todo acabe poder volver. Muchos, viendo el trato que reciben, han decidido volver y arriesgar su vida allá antes que perder la dignidad aquí. Pongámonos por un momento en su situación y quizás cambiaremos de opinión al respecto.
Ni guerras ni fronteras: Solidaridad.