8 de marzo: hoy y todos los días son nuestros

Un año más, un día más, una fecha más, una más de las miles de efemérides que inundan el calendario. Y sin embargo, este no es un día cualquiera. Es el día en que las mujeres dejamos de ocupar titulares como víctimas de la violencia de género para pasar a ser las heroínas de la jornada, siempre con la coletilla del “aún queda mucho por hacer”.

Casi con toda seguridad una de las mujeres que este día bañe de violeta sus redes sociales, lleve más de ocho horas de jornada laboral, haya terminado las tareas de su casa sin desatender a sus hijos y quizá con suerte haya tenido tiempo para dedicar unos minutos a su cuidado personal. Preocupada por una imagen que ya no recuerda a quien le importa más, si a ella o a un sistema que se empeña en estigmatizarnos si no nos ponemos guapas para el resto.

O quizá esa mujer aún no ha vuelto del trabajo, se ha prendido un lazo violeta en la chaqueta de ejecutiva y ha vuelto a rehacer el informe que deberá presentar sin falta a primera hora del día siguiente, intentando no sentirse frustrada e incompleta en una sociedad que le ha obligado a elegir entre realización personal y laboral. Una mujer que hace mucho tiempo que entendió que la llamada “conciliación” es un termino sólo aplicable al universo femenino.

Y permanecemos ajenas al hecho de que seguimos cobrando menos por desempeñar el mismo trabajo que los hombres, que seguimos sin tener acceso a los llamados puestos de responsabilidad, en la mayoría de los casos maniatadas por una auto impuesta tarea de cuidados, que seguimos siendo las que en un alto porcentaje no se reintegran a su puesto laboral tras la maternidad, sin opción a plazas en guarderías públicas, prácticamente suprimidas. Seguimos siendo las culpables de violaciones y vejaciones, abocadas a no salir a la calle sin escolta masculina, a riesgo de provocar. Inundamos facultades y escuelas superiores, desoladas por el incremento de paro femenino, muy superior al masculino.

Las mujeres, principales víctimas de la crisis de un sistema en decadencia, reivindicamos la lucha contra el patriarcado y el capital, empeñadas en hacer ver que una revolución que no cuente con nosotras en sus filas está destinada al fracaso.

Por nosotras, por nuestra dignidad como mujeres, como obreras, como madres, como estudiantes, como paradas: si no es feminista, no es nuestra revolución.